Mientras en la región se avanza en la modificación de la dedicación laboral, en el país todavía existe cierta rigidez y surgen nuevos convenios colectivos
Se trata de un tema espinoso para muchos gobiernos, por las ambivalencias que suscita ya su sola definición. La noción de reforma laboral da lugar a distintas interpretaciones, según la óptica con la que se aborda esta cuestión tan sensible.
Para las empresas, constituye un avance esencial en pos de adaptarse a las estructuras de trabajo que exige el dinamismo de la llamada «cuarta revolución industrial». Los trabajadores, en cambio, miran estos proyectos de reojo, ante la posibilidad de ver recortadas algunas de sus históricas conquistas.
En medio, el Estado, encargado de brindar un marco regulatorio que lleve a un escenario ideal de «pax laboral», en momentos en que la noción histórica de lo que representa una actividad remunerada pasó a pensarse como un fenómeno cada vez más tendiente a la flexibilidad de horarios y tareas.
El nuevo formato de jornada laboral ya es una realidad en muchos países. En América Latina, varios avanzaron en sus propias reformas. Brasil ya lo hizo en 2017 y Chile se prepara para tratar dos proyectos en el Congreso que darán que hablar.
Argentina, mientras tanto, navega entre las aguas sinuosas de su panorama político y económico, y espera a que el oleaje se aquiete para encarar sus iniciativas.

El panorama regional

Bajo la presidencia de Michel Temer, Brasil sancionó una ley que, según prometió el gobierno en ese momento, dotaría de competitividad al mercado para así «generar nuevos empleos e incorporar al país al siglo XXI».
Entre los puntos más importantes figura la no modificación de la cantidad de días de vacaciones, horas laborables por semana ni tampoco el aguinaldo. Sin embargo:
– Las vacaciones pueden particionarse hasta en tres períodos. Las jornadas son extensibles hasta 12 horas (con 36 de descanso) sin superar las 44 semanales del límite establecido
– Avaló la «jornada intermitente», con pagos de salarios sobre base horaria o diaria y no mensual: pueden pactarse convenios parciales de hasta 30 horas semanales
– Reglamentó el trabajo desde el hogar (homeworking) con reembolso para gastos del empleado y amplió las posibilidades de tercerizar tareas, incluso la principal de la empresa
– Flexibilizó las condiciones de despido: el monto de las indemnizaciones no está atado al salario del trabajador y el preaviso se redujo a 15 días
Por ahora, la reforma no tuvo los resultados deseados. La tasa de desempleo subió en el primer trimestre de 2019 y se ubicó en el 12,7%, de acuerdo a cifras oficiales. Incluso, el subempleo subió a su nivel más alto desde que hay registros  desde 2012, al pasar del 23,8% al 25%.
Chile, por su parte, avanza con dos proyectos de ley que buscan aggiornar su mercado laboral a las nuevas formas de trabajo (ver infografía):

Entre las modificaciones se incluyen:
– Jornada semanal: habilita a prestar servicios de lunes a jueves y descansar viernes, sábado y domingo
– Jornada mensual (180 horas): posibilidad de pactar una distribución flexible de días y horarios
– Jornadas semestrales y anuales: trabajar más en invierno y menos en verano (o viceversa)
– Hora de entrada y salida: la iniciativa permite pactar «bloques horarios» (para acomodar el tiempo laboral a las necesidades del dependiente)
– Pausa en la relación laboral, para dedicar ese tiempo a otros intereses y necesidades, sin perder el empleo
La flexibilización es voluntaria y permite dos nuevas modalidades:
– 4 días trabajados y 3 de descanso (con 45 horas de tope semanal)
– O 180 horas mensuales (con tope de 12 horas diarias y hasta 6 días por semana)
La propuesta opositora busca rebajar la jornada de 45 a 40 horas por semana ya que, según explican sus impulsores, el actual régimen «no permite a los trabajadores desarrollar una vida familiar o disponer de tiempo libre para educarse o entretenerse».

En ese sentido, consideran que reducir la jornada resulta fundamental para «ajustarse a los nuevos tiempos». Esta iniciativa es criticada por el gobierno y los empresarios, bajo el argumento de que no contempla los efectos que podría tener sobre los asalariados que gozan de horarios flexibles y los quienes reciben un ingreso variable.
Por lo pronto, la Comisión de Trabajo ya aprobó el eje central del proyecto. Incluso el último artículo que establece que no se podrán reducir los salarios pese a la disminución de las horas trabajadas.

Argentina, entre el «stand by» y las necesidades urgentes

Según Randstad Workmonitor de 2018, 7 de cada 10 argentinos desarrollan sus actividades bajo un esquema tradicional. Es decir, concurren a la oficina en horarios regulares.
En términos comparativos, el país está entre los que aún sostienen formatos «rígidos». Hasta el año pasado, sólo el 34% podía realizar sus tareas en el lugar y momento deseado.
No obstante, según la investigación, 8 de cada 10 asegura que si les permitiesen un acuerdo más flexible mejorarían la creatividad, productividad y el nivel de satisfacción.
El escenario post PASO que se conformó en el país a partir de agosto ha puesto en stand by la posibilidad de avanzar en un nuevo proyecto de ley laboral en lo que queda de 2019. Sin embargo, los expertos coinciden en que debe avanzarse en propuestas que actualicen la vetusta legislación actual.
Jorge Figueroa, director de Public Affairs y Sostenibilidad de Randstad, señala: «Las nuevas formas de trabajo tienen que ver con esquemas adaptables a las nuevas generaciones».
El ejecutivo considera que Argentina posee «ropajes legales que no se adecuan a estas relaciones de trabajo», por lo que se corre el riesgo de que «muchas personas queden fuera, totalmente desprotegidas».
Al respecto, Figueroa remarca que hay que quitar la carga peyorativa del concepto flexibilidad. «Hay que hablar en términos de ‘flexi-inclusión’, para asegurar efectivamente la inclusión de personas, con un trabajo decente, en el que estén asegurados y que esa cobertura la puedan llevar consigo», advierte.
Es claro que las normativas vigentes en el país quedaron desactualizadas frente a los requerimientos que demandan los nuevos perfiles. Para el especialista, hay una brecha cada vez mayor «entre la velocidad en la que se insertan las innovaciones tecnológicas y la dinámica del empleo versus la velocidad de adaptación de la ley».
Para el abogado laboralista Juan Carlos Cerutti, «hay que sacarle dramatismo» al concepto de flexibilización. Por ejemplo, «‘banco de hora’ no significa que una persona trabaje 48 horas seguidas, sino que pueda trabajar hasta 12 y tenga otras 12 de descanso, además de anualizarse la jornada», considera el letrado.
Si bien subraya que en el contexto actual de incertidumbre política y económica «nadie está dispuesto a discutir una reforma en el Congreso», cree que será un tema fundamental del gobierno que esté en el poder a partir del 11 de diciembre.
«Son cosas que se van a poder conversar y desmitificar. Cualquiera que gane, sea Macri o Fernández, tendrá que tenerlo presente, en el Parlamento o en la reforma de estatutos», agrega Cerutti.
Solana De Diego, abogada del estudio De Diego & Asociados, afirma «El contexto actual le está marcando una necesidad urgente a nuestra ley laboral, ya que tenemos los costos más altos para el trabajador y las empresas en la región».
Para la letrada, «flexibilización se la tomó como mala palabra, pero nosotros tenemos un sistema muy rígido y necesitamos que sea más elástico. La reforma de Brasil fue muy extrema ya que vulnera algunos derechos de los trabajadores, pero es evidente que hay una tendencia en la región a acomodarse a las nuevas formas de trabajar».
En pleno siglo XXI, la ley argentina (que data de 1975) parece atada a la primera revolución industrial, según de Diego.

Convenios colectivos, una alternativa

A la espera de una ley que considere los cambios citados, son varias las compañías que ya contemplan estas políticas bajo la premisa de que así lograrán un mejor clima laboral y un incremento de la productividad. Los países desarrollados tienen marcos regulatorios que fomentan el work-life balance, con opciones de jornadas reducidas y home office varios días a la semana, dependiendo del tipo de trabajo.
«Tenemos un esquema similar al de España, Francia e Italia, que es bastante rígido. Ellos ya se están adaptando porque son un mercado común y tienen otra dinámica. Nosotros enfrentamos más dificultades», subraya Figueroa a la hora de hacer un paneo sobre el esquema local. «Hay que articular acciones público-privadas adecuadas», agrega.
Para de Diego, «si no hay una nueva ley laboral en el corto plazo, los convenios colectivos se transformarán en el camino elegido por las propias empresas para encarar reformas».
En ese sentido, explica que «en algunas firmas el teletrabajo ya aparece regulado. Este esquema funciona desde hace más de una década y todavía no tenemos una normativa específica, sólo una resolución de riesgos del trabajo que habla de medidas básicas para poder trabajar a distancia».
«Ahora estamos con una Ley de Contrato de Trabajo que habla de ‘hora a hora’, cuando las nuevas tecnologías son por cumplimiento de objetivos, por lo que podrían incluirse jornadas flexibles sin tener un horario específico, que es la tendencia de las nuevas generaciones», completa la especialista.

Las experiencias internacionales

Este debate se replica en todo el mundo y avanza fuerte en el ámbito privado. Uno de los experimentos más citados sobre la felicidad vinculada a trabajar menos horas es el de la Universidad de Warwick, en Reino Unido: tras recortar la jornada, todos mejoraron sus niveles de estrés y de salud hasta dos años después de concluido el ensayo.
Tiempo atrás, Suecia inició una prueba piloto en la ciudad de Gotemburgo: 70 personas pasaron de tener una jornada de 8 a 6 horas: faltaron menos por enfermedad y mejoraron su productividad de manera sustancial. En Reino Unido, la empresa Radioactive PR recortó la semana a cuatro días y también comprobó una fuerte alza de la productividad.
En Nueva Zelanda, la firma Perpetual Guardian imitó la medida: lunes a jueves, 8 horas diarias. El esquema finalmente se extendió al ver las mejoras registradas en la mayoría de los indicadores.
En tanto, los sindicatos metalúrgicos de Alemania lograron que los empleados cumplan sólo 28 horas semanales. La decisión estuvo más relacionada con la productividad y su adecuación a la automatización de los procesos.
El mexicano Carlos Slim, dueño de Claro, es otro de los que cree que las tecnologías de hoy no son las mismas que las de antes y que el mundo debe ir a semanas laborales de 4 días, e incluso tres.
El argumento del magnate de las telecomunicaciones, y uno de los hombres más ricos del mundo, se basa en dos pilares:
– Las personas debe tener bienestar y ocupar su tiempo en otras cosas para que rindan mejor en sus empleos
– Darle más oportunidades de progreso a quienes deben ingresar al mercado laboral
Slim, no sólo lo dice sino que lo pone en práctica en sus empresas: quienes están cerca de la edad de retiro trabajan cuatro días a la semana (sin que vean reducido sus salarios) mientras que otros concurren solamente tres.